Mientras exista un niño, el circo vivirá




“Lugar reservado para algunos espectáculos, especialmente para las carreras de carros y caballos. Tiene comúnmente forma de paralelogramo prolongado, redondeado en uno de sus extremos, con gradas alrededor para los espectadores”. Esta fue la primera definición de la palabra circo, que tuvo sus orígenes en el Imperio Romano. Sin embargo, el circo propiamente dicho se formó en la Grecia antigua, cuando el pueblo se juntaba en los hipódromos para recibir a sus honorables guerreros con un espectáculo festivo y vívido donde se combinaban ciertas destrezas artísticas como el malabarismo, el equilibrismo o la acrobacia.
Los primeros acróbatas reconocidos aparecieron en China por el 1.100 AC y fue a partir de su popularidad que dicho ejercicio gimnástico tomó fuerza en todo el mundo, sobre todo gracias a la expansión de toda la actividad circense en general a través de los viajes emprendidos por las compañías que brindaban espectáculos de ese tipo, bajo dos premisas principales: diversión y humor.
Además de entretener y alegrar al espectador, el circo tuvo –y tiene aún- un papel fundamental que se desprende de su condición de nómade, y es el de difundir tradiciones y fomentar el intercambio cultural. Asimismo, también apunta a impactar y despertar la imaginación de las personas.
En Argentina surgió, entre 1840 y el 1866, una variante de este género artístico que fue denominado circo criollo el cual consistía en difundir la cultura gaucha a través de danzas y canciones propias de esa comunidad. Los historiadores afirman que el circo criollo fue el primer espectáculo que puso en juego algo de la identidad sudamericana, por haber sido el primero que dejó de imitar las artes provenientes de Europa.
El circo ha evolucionado tanto en su programación como en su gestión. En un principio estaba basado en números hípicos realizados por caballos entrenados, pero el equilibrismo, malabarismo, las acrobacias, los animales salvajes y los payasos fueron integrados en las primeras décadas del siglo XIX.
En la primera parte del siglo XIX, ya se habían introducido números realizados con animales, trapecistas y equilibristas, y los payasos empezaban a tener cada vez más importancia. Se considera que el primer payaso que se presentó en el Río de la Plata fue Pedro Sotora "el hombre incombustible", quien en 1834 comía estopa ardiendo y realizaba saltos mortales.
El primer circo que funcionó en Buenos Aires, lo hizo por a la iniciativa del Inglés Santiago Spencer Wilde, que instaló entre las calles Florida y Córdoba el "Parque Argentino". Aquí se presentaron los primeros espectáculos circenses con artistas nativos y los circos extranjeros que llegaban al país.
Entre otras grandes influencias que recibió el circuito circense en el país, se encuentran Sebastián Suárez y los hermanos Podestá. En el caso de Suárez, desde niño había aprendido diversos trucos y técnicas, resultado de su inmensa curiosidad. Así, en 1860 creó "Flor América", donde se transformaba en "Toni", un payaso que se vestía y maquillaba de manera estrafalaria.
Si de los hermanos se habla, el circo argentino les debe mucho. Como si fuera poco, gracias a su versión pantomímica de la obra de Eduardo Gutiérrez "Juan Moreira", se los considera los padres del circo criollo. Y para rendirles homenaje por su aporte se conmemora el 6 de octubre, fecha en la que nació el mayor de los Podestá, como el día del circo.
En la actualidad la masividad de los circos ha quedado bastante relegada. El mayor interés lo despiertan las grandes e internacionales compañías que pasan por el país. Sin embargo, los circos pequeños, aquellos que se trasladan de lado a lado del país, siguen existiendo y siguen siendo la fuente de trabajo, la familia y el hogar de muchos y variados artistas y personajes que buscan, por medio de lo mejor saben hacer, divertir y entretener a su público.

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